Muerte en la Cruz o Auto-Resucitación: ¿Es Médicamente Plausible que Jesús (as) No Murió en la Cruz?
Muerte en la Cruz o Auto-Resucitación: ¿Es médicamente posible que Jesúsas no haya muerto en la cruz? A lo largo de la historia, la creencia cristiana ha sostenido firmemente que Jesúsas murió en la cruz. Sin embargo, ¿qué sucedería si analizáramos esta afirmación desde un ángulo médico? En este interesante artículo, revisamos varios testimonios e informes sobre los efectos físicos de la crucifixión, y exploramos el debate médico que existe sobre la verdadera causa de la muerte de Jesúsas. ¿Pudo realmente haber fallecido en la cruz o existió la posibilidad de que sobreviviera? Un análisis crítico de la literatura médica Profesora Amtul Razzaq Carmichael, Reino Unido La crucifixión fue concebida como un método de ejecución extremadamente doloroso y prolongado, utilizado comúnmente en el Imperio Romano, siendo Jesucristo (as) su víctima más reconocida. Pero surge la pregunta: ¿es médicamente posible que Jesús(as) haya sobrevivido a semejante castigo? Si ese fuera el caso, entonces primero, los soldados romanos tendrían que haber considerado erróneamente que Jesús(as) estaba muerto antes de retirarlo de la cruz. Segundo, Jesús(as) habría necesitado recibir atención médica adecuada para recuperarse. Tercero, debería existir evidencia de que Jesús(as) fue visto vivo después de su crucifixión. Nuestro propósito aquí es analizar cada uno de estos aspectos desde una perspectiva científica, evaluando las pruebas relacionadas con diagnósticos erróneos de muerte, describiendo el proceso de la crucifixión, y finalmente considerando las posibles maneras médicas en las que Jesús(as) pudo haber sido reanimado tras su crucifixión. ¿Es médicamente posible diagnosticar erróneamente la muerte? ¿Podría ser concebible que los soldados romanos, expertos en el arte de la crucifixión, cometieran un error tan grave como declarar muerta a una víctima aún viva? Dicho de otro modo, ¿puede una persona viva ser erróneamente declarada muerta? La evidencia médica muestra que esto es perfectamente posible. Por ejemplo, en 2020 en Estados Unidos, se reportó un caso ampliamente divulgado en el que una mujer fue declarada muerta tras ser examinada por paramédicos y servicios de emergencia. Sin embargo, cuando el personal de la funeraria abrió su bolsa de cadáveres, descubrieron que estaba viva y con los ojos abiertos. [1] A lo largo de la historia, existen numerosos registros de entierros prematuros. [2] A comienzos del siglo XX, tras varios casos notables de entierros incorrectos —como el de un niño que fue rescatado por poco en Regent’s Park, Londres—, se publicó un libro titulado Premature Burial and How It May Be Prevented (Enterramiento prematuro y cómo prevenirlo). [3] Uno de sus autores, el Dr. Vollum, quien se desempeñaba como inspector médico en el Ejército de los Estados Unidos, había salvado la vida de una persona que había sido erróneamente declarada muerta por ahogamiento. [4] No fue el único escrito que trató este tema en aquella época. Años antes, el Dr. Franz Hartmann había explorado esta problemática en su obra Buried Alive (Enterrado vivo), donde examinaba causas ocultas de muerte aparente, trances y catalepsia. Asimismo, otro libro titulado Absolute Signs of Death (Signos absolutos de la muerte), publicado a finales del siglo XIX, documentaba varios casos de diagnóstico erróneo de muerte que terminaron en entierros prematuros. Uno de estos casos fue reportado en la edición parisina del New York Herald el 14 de mayo de 1895: “Una mujer del pueblo de Laterie aparentemente falleció hace unos días. Mientras trasladaban su cuerpo en un ataúd hacia la iglesia, los porteadores escucharon ruidos provenientes del interior. De inmediato alertaron al alcalde, quien ordenó abrir el ataúd. Se descubrió entonces que la mujer sufría de eclampsia, condición que sus familiares habían confundido con la muerte.” [5] De hecho, la preocupación por los entierros prematuros fue tan común en ciertos períodos que se implementaron varias innovaciones para prevenirlos. Se diseñaron ataúdes especiales que se abrían al detectar cualquier movimiento. En un depósito de cadáveres en Múnich, se instalaban campanas amarradas al dedo de los cuerpos durante varios días antes del entierro; así, si alguien era diagnosticado incorrectamente como muerto, podía hacer sonar la campana para pedir auxilio. De forma más reciente, The Lancet publicó el relato de un testigo ocular sobre un paciente que, tras ser declarado muerto por el médico, se sentó al cabo de un tiempo y pidió una taza de té. [6] Asimismo, un médico describió en The Annals of Internal Medicine un caso en el que un paciente revivió después de que se le hubiera emitido el certificado de defunción. [7] Hoy en día, siguen apareciendo noticias de todo el mundo reportando personas diagnosticadas erróneamente como fallecidas, incluso después de ser examinadas por múltiples profesionales de la salud. [8,9,10,11,12] Estos ejemplos demuestran que incluso los expertos más capacitados pueden equivocarse al determinar la muerte de un paciente que aún está vivo. Por tanto, no resulta ilógico pensar que los soldados romanos, tras los eventos de la crucifixión, pudieran haber cometido un error al declarar muerto a Jesús (as). Aun si consideráramos que eran expertos en ejecutar sentencias de muerte, como hemos visto en los casos modernos, los errores humanos siguen siendo posibles. Antes de analizar las posibles formas en las que Jesús (as) pudo sobrevivir a la crucifixión, es necesario entender en profundidad cómo se llevaba a cabo esta práctica brutal en aquella época y cuáles eran las causas usuales de muerte entre las víctimas crucificadas. La práctica de la crucifixión La crucifixión fue uno de los métodos de ejecución más brutales, inhumanos y aterradores jamás concebidos, reflejo máximo de la “inhumanidad del hombre hacia el hombre”. [13,14,15] Este castigo ofrecía a los verdugos libertad total para desatar su crueldad, infligiendo deliberadamente el mayor dolor y sufrimiento posibles. [16,17] Antiguas civilizaciones como los asirios, babilonios y persas utilizaron la crucifixión como forma de tortura y castigo. Con la llegada de Alejandro Magno, esta práctica se expandió a las regiones del Mediterráneo Oriental. La muerte en la cruz era considerada el castigo más atroz, no solo por el dolor físico que causaba, sino también por la humillación extrema que suponía; se reservaba como un signo final de desprecio hacia los individuos




